Sin dirección ni paradero

o5-o5-2008

Lo miraba día a día
sin aburrirse, sin sentir la monotonía de sus ojos
sin el cansancio de aquella inmutable cara de nada
eran esas facciones las que la cautivaron,
eran esos rizos los que la llevaron a la obsesión,
imaginándolos, desvariando con su rostro cada efímero respiro.

Le era imposible vivir sin su compañía,
pero el tiempo se encargo de adaptar ese sentimiento
hasta que lo comenzó a sentir cercano, afable e incluso presente.

Caminaba un par de horas diarias de su casa hasta el trabajo
entre la urbe de la ciudad sus pasos dejaban una estela con su nombre
-Diego- se lo repetía una y mil veces, -al termino de la jornada
te volveré a divisar, te mirare a la distancia como de costumbre
yo en movimiento y tu imperturbable,
sin mover un solo músculo facial; siempre con la misma cara,
aquella que me atrapo y alejo de la realidad-.

Avanzaba el tiempo, unos cuantos años pasaron por su cuerpo
pero no por sus sentimientos inmovibles y tan bien conservados
sin desistír, continuaba en su intento secreto y algo confuso
que jamás llego a buen fín.

Ya era un martes de agosto cuando pasaba por su habitual lugar
esperando hallar sus ojos, sus labios y el resto de su piel
tan solo encontró un lugar solitario,

-¡Diego!- se repetía escandalosamente -¡donde te has ido!-
gritos en medio de una galería deshabitada
gritos y su soledad como reemplazante.

Aquel retrato, el de la mas costosa y fina madera
había sido vendido, ya no quedaba ni el recuerdo
de aquel cuadro que alguna vez colgaba y decoraba
una elegante pared color marfíl.